Repasando la azarosa biografía del multimillonario hebreo de origen húngaro George Soros, encontramos un sorprendente paralelismo con Oliver Twist, el personaje de ficción de la novela de Charles Dickens -que Román Polansky supo llevar magistralmente al cine-.
Soros tenía apenas trece años cuando, durante la invasión de Hungría por la Alemania de Hitler, su padre se las ingenió para salvar a su familia del exterminio nazi, haciendo cambiar su apellido Schwartz por el actual Soros. En 1945, durante la ocupación soviética, escapó de su país natal y en 1947 emigra a finalmente a Inglaterra -como mismo tuvo que huir Oliver Twist de la tiranía de un orfanato-. Ya en Londres, el joven Soros – como Oliver Twist – malvive y sobrevive casi mendigando y aceptando cualquier tipo de trabajo hasta que reúne dinero suficiente para pagarse la matrícula en la prestigiosa London School of Economics, donde se graduaría años más tarde y donde siguió las lecciones de quien sería el pensador más influyente y admirado a lo largo de toda su vida, el filósofo Karl Poppers. No obstante, George Soros no llegó nunca a integrarse del todo en la sociedad londinense de la época. Una sociedad que le fue hostil, haciéndole sentir en cierto modo marginado y ninguneado en los distintos ambientes que frecuentó. Desencantado seguramente de su idealizada Inglaterra decidió emigrar a la segunda tierra prometida del pueblo hebreo: los Estados Unidos de América, en donde en los años sucesivos construiría la mayor parte de su fortuna.
De aquellos años en Londres, George Soros no debió guardar buenos recuerdos y a su marcha pareció jurar en silencio que un día se las haría pagar -toditas- a la prepotente Inglaterra. Pero la venganza es un plato que se sirve siempre frío. Soros supo aguantar pacientemente hasta el año 1992 en que, a través de su fondo de inversiones bien posicionado en el mercado de divisas y deuda soberana, hizo tambalear los cimientos del Banco de Inglaterra y pulverizó a la entonces poderosa libra esterlina en un episodio conocido como el famoso Miércoles Negro de 16 de septiembre de 1992. Este viejo zorro – multimillonario, filántropo y admirador de Karl Poppers- , él solito, hizo quebrar al mismísimo imperio financiero británico. Dicen que Soros no olvidó nunca la frialdad y desprecio con que fue tratado en su exilio londinense … como mismo sucediera a Oliver Twist.
Este episodio casi de ficción financiera – más allá de la valoración personal que a cada cual merezca – nos hace reflexionar sobre una idea que suena cada vez con mayor insistencia en la mente colectiva: que detrás de todo este maremágnum especulativo de “los mercados” en relación con el euro y la llamada deuda soberana, cuyas consecuencias se ceban especialmente con la vieja Europa y sus Estados Sociales, pueda haber una maniobra perfectamente diseñada y dirigida dirigida “por una mano invisible” -que diría otrora, casi eufemísticamente , el viejo Adam Smith…-.
Luis Rivero Afonso